Sangre completa. Se utiliza cuando se producen pérdidas de sangre masivas.
Glóbulos blancos. Se suministran a los pacientes aquejados de infecciones graves provocadas por bacterias u hongos, especialmente las que surgen a raíz de un trasplante de médula ósea o de la terapia del cáncer.
Glóbulos rojos. Se utilizan en tratamientos de todo tipo de anemia que no pueda ser corregida médicamente, como cuando se relacionan con la artritis reumatoide o el cáncer y en enfermedades celulares. También ante su pérdida en accidentes, cirugía y quemados.
Plaquetas. En caso de deterioro y trasplante de médula ósea, en tratamientos de quimioterapia y casos de leucemia.
Plasma. El plasma se utiliza después de pérdidas de sangre en problemas de obstetricia, en operaciones de corazón y para combatir problemas de coagulación. También para tratar la pérdida de líquidos, infecciones y enfermedades inmunológicas.